A lo largo de estas décadas he comprobado que la recaudación de fondos moderna, profesional y moderna, es una asignatura pendiente en la mayoría de instituciones de la Iglesia.
Las personas hemos cambiado, la tecnología ha cambiado, los métodos han cambiado y, sin embargo, todavía seguimos pidiendo limosna, como lo venimos haciendo hace siglos.
Hoy, más que nunca, nuestras instituciones requieren de una economía vigorosa para que, desde nuestros propios carismas, podamos cumplir nuestro fin fundacional, acercar a más personas a Dios y trabajar por la dignidad de todos los seres humanos.
A veces no somos conscientes de nuestra principal fuente de ingreso son los donativos
Desde sus orígenes, la Iglesia siempre se ha construido, se sostiene y se mantendrá, gracias a la caridad y generosidad de las personas.
Ya en el Génesis ya se nos habla de ofrendas a Dios: “Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo, mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño…” Posteriormente, en el Levítico se habla del diezmo: “La décima parte de lo que produce la tierra –tanto los campos sembrados como los árboles frutales– pertenece al Señor: es una cosa consagrada al Señor.” Y ya, en el Nuevo Testamento solo se mencionan los diezmos, cuándo Jesucristo critica el que algunos fariseos lo daban, pero no cumplían las leyes de Dios.
Hay muchos pasajes del Nuevo Testamento que se refiere a los donativos para la Iglesia, pero tal vez el más mencionado es el de la viuda pobre. De hecho se conoce que los apóstoles recibían donativos e incluso, había uno de ellos (se cree que Judas) que manejaba “la bolsa”. En los Hechos de los apóstoles también se menciona que: “Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno”
Pero, la mayoría de los católicos, aplicamos hoy las palabras de san Pablo: «Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9, 7).
No somos de este mundo, pero estamos en este mundo
Sabemos que no somos de este mundo, pero estamos en este mundo. Y en este mundo, lamentablemente, se necesita mucho dinero, para poder acercar más personas a Dios.
Las personas que nos dedicamos a la recaudación de fondos para las entidades católicas, somos conscientes de que solo la Divina Providencia es la que hace que fructificar nuestro trabajo, pero también, considero que, como administradores prudentes, debemos sembrar, con las técnicas más profesionales, para que sea Él el que permita una cosecha abundante.
Debemos formarnos para aplicar un fundraising profesional, moderno y efectivo
Me consta que todas las personas, vinculadas a la Iglesia, tienen una rigurosa preparación en doctrina, humanidades o teología pero, considero que los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, miembros consagrados y laicos comprometidos, deberíamos formarnos -profesionalmente- en fundraising, pues ya sabemos que, los donativos, son la principal fuente de ingreso de nuestras instituciones.
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El Instituto de Fundraising Católico, IFC, 2021
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